sábado, 15 de septiembre de 2012

Es una noche de rock, no se la vaya a perder

All are gone, all but one.
No contest, nowhere to run.
No more left, only one.
This is it, this is the Countdown to Extinction.
(Countdown to extinction-Megadeth)



Todo comenzó en Berlín, allá por el lejano mes de abril. Leyendo noticias por internet me enteré de que Megadeth venía a la Argentina y que las entradas salían a la venta esa misma semana. “Carajo, me lo pierdo. ¿Cómo hago para comprar las entradas a doce mil kilómetros de distancia?”, exclamé con cierta nostalgia por perderme semejante recital. Pero todo tenía solución. Simple. Al alcance de la mano. Nada que Skype no pudiera resolver. “Amor, en septiembre toca Megadeth en Argentina, ¿querés ir?”, le pregunté a Victoria quien aceptó gustosa. “Comprá dos entradas entonces por favor”, le pedí y luego me corregí: “no, mejor comprá tres”. Allí estaba él, mi compañero, mi camarada, mi amigo en eurotierras. El gallo Roy me observaba con ternura y entendí que tenía que ser parte de la aventura. Sin embargo, no le dije nada hasta que volvimos a pisar suelo argentino para que no se distrajera durante el viaje. Recién en Buenos Aires me animé a tocar el tema.
-Roy, ¿alguna vez fuiste a un recital?- le pregunté cuando ya estábamos instalados de nuevo en casa.
-Sí, una vez papá César me llevó a ver a Pimpinella. Me dijo que era música un poco pesada para mí así que nunca más volví a ir a un concierto.
                   “Esto va a ser más bravo de lo que creía”, reflexioné. ¿Cómo hacerlo pasar de Pimpinella a Megadeth sin escalas? Una vez más debí tomar las riendas de la situación. “Roy, este señor se llama Dave Mustaine, es el cantante y guitarrista de Megadeth”, le dije mientras le mostraba un disco de la banda. “Quiero que empieces a escuchar esto, así vas a estar afilado para septiembre”, le encargué a modo de tarea. Cual Rocky entrenando en la Unión Soviética para enfrentarse al tenaz Iván Drago, Roy tomó el disco y le dio play tomándose así muy en serio su deber. Sus ojitos brillaron. Había descubierto algo nuevo. Desagradable, sucio, maligno, pesado, rápido y distorsionado. Pero le gustaba.
                La semana del recital llegó y la ansiedad de Roy lo desbordaba. No sabía con qué iba a encontrarse, por lo que intenté transmitirle de alguna manera qué implicaba ir a ver a la sinfónica del colorado en vivo. Vimos videos en Youtube, repasamos los grandes éxitos de la banda y hasta ensayamos el grito de guerra Megadeth, Megadeth aguante Megadeth, infaltable en cada show. Mi joven discípulo ya estaba preparado.
                Tras encontrar un (poco) económico garage donde dejar el auto lejos de trapitos y cerca del estadio, nos dirigimos los tres al Malvinas Argentinas. Gente con remeras negras por doquier, botellas de cerveza apiladas en los cordones, humo de hamburguesas y choris perfumando el ambiente. No cabe duda: esta noche hay metal. Y tenemos entradas para ser parte de él. Avanzamos hacia el cacheo y el hombre de seguridad pide que las mujeres circulen por la izquierda. Allí va la mujer del grupo, educadamente, por la izquierda. Roy y yo seguimos por la valla correspondiente. “Levantate la remera”, me pide el guardia y obedezco. Paso sin inconvenientes. No se percató de la UZI que llevo atada con cinta en el tobillo. Roy no tiene la misma suerte “Vos, levantate ese pullover”, exclama. “¿Qué pullover boludo, ¡son mis plumas!”, responde el gallo y debo intervenir para evitar que el altercado sea más grave.
                Una vez adentro, Roy percibe nuevamente el clima del recital: somos cientos, miles, que nos agolpamos tratando de llegar lo más cerca posible del escenario. De fondo suenan los cantitos de cancha adaptados a Megadeth, a quien le profesamos nuestra fidelidad y le decimos que es un sentimiento. Como condimento extra el día anterior había sido el cumpleaños de Mustaine y estaba en Argentina para festejarlo con nosotros, su público más fiel. Roy salta de la felicidad. Está contento, como cuando se enteró que iba a venir a Europa.
Las luces se apagan. Suenan los primeros acordes. Van a arrancar con Trust. Un temazo. Demoledor. Shawn Drover ocupa la batería. Aparece luego Chris Broderick (segunda guitarra). Tercero en salir a escena es Dave Ellefson, el histórico bajista. Por último llega el colorado. La leyenda del metal. El líder. El fundador. El amo y señor de las seis cuerdas.  Dave Mustaine y su guitarra Flying V blanca al hombro. Se gesta la primera ovación de la noche y la muchedumbre empieza a moverse. Lo pierdo. Mi gallo se aleja de mí. Se lo lleva la marea humana hacia adelante. Allá va él solito, a hacer un pogo asesino con cada tema. Es uno más de la cofradía metalera. Es bien recibido. Lleva mi remera de la banda, esa misma que me acompañó durante sesenta noches para dormir en el Viejo Continente.
                Casi dos horas más tarde, el show termina con Holy Wars. Antes no faltó la oportunidad de que Symphony of destruction nos detonara los oídos y que nosotros estropeáramos las gargantas para gritar “Aguante Megadeth” cual dementes. Me paro en puntas de pie pero no alcanzo a verlo. Apenas me percato de algún movimiento extraño en el público. Algo o alguien se está abriendo paso entre las personas. Ahí lo diviso. Es él. Mi gallo. Está golpeado. Camina con dificultad.
-¿Qué te pasó?- le preguntó preocupado.
-Me torcí una alita, me machuqué el pico y perdí cuatro ó cinco plumas cuando tocaron Shewolf.
-Vamos a tener que llevarte a una guardia.
-¡No! Estoy perfecto. No es nada. Gabito, yo no sabía que el metal era esto. Es impagable. Es mejor de lo que me podía imaginar. Vamos a comer algo, tanto agite me dio hambre. ¿Cuándo vamos a otro recital?
                Lo miré con orgullo. Roy había encontrado el camino. Ahora era parte de ese mundo que se llama ROCK.