viernes, 11 de mayo de 2012

Un mucho de Egipto en Londres


Into the Abyss I'll fall - the eye of Horus
Into the eyes of the night - watching me go
Green is the cat's eye that glows -
In this Temple
Enter the risen Osiris - risen again
(Powerslave-Iron Maiden).

Nada mejor que iniciar el día con un buen, abundante y nutritivo desayuno. Lástima que el del hostel sea tan escaso y mezquino. Salteado ese inconveniente iniciamos el tercer día en Londres yendo a buscar al resto del grupo que para a tan solo siete cuadras de nuestra posición. Sí, el acento argentino en el exterior cotiza. En este caso, acento cordobés.
Como si se tratase de la planificación de una batalla, extendemos el mapa de la ciudad sobre la mesa y comenzamos a marcar cruces en varias zonas como si estuviésemos planificando un ataque a la ciudad. El elegido: el British Museum, el gran highlight de la ciudad. El museo que justifica el apodo de "piratas" a los ingleses. Después de todo, el ochenta por ciento de los que allí se exhibe perteneció a otras civilizaciones: egipcios, griegos, asirios, babilonios, chinos y demás. ¿Cómo deberían sentirse los egipcios al ver sus monumentos y obras más preciadas mostradas en un museo londinense? Para hacer una reparación histórica, me saco una foto con la Piedra Roseta, el documento tallado en piedra que permitió comprender la escritura jeroglífica. De todos modos, me surge una pregunta con la que abro el debate de manera pública: ¿cómo hacen en el Siglo XIX para ir a Egipto, llevarse estatuas que pesan toneladas, trasladarlas, moverla a Londres en barco y colocarlas en un museo sin que se rompa nada? Algún mérito hay en todo eso.
Tras más de dos horas de recorrido por entre estatuas, momias, pinturas y demás, salimos del Museo Británico. Con el paso de los días los museos no generan el mismo impacto que en las primeras ocasiones. Para despertar un gesto de asombro nos volvemos cada vez más exigentes y pedimos más a cambio de menos. Bueno, el British Museum es gratuito y nos ofrece varios atractivos de la hsitoria universal. Vale la pena.
Luego de un rápido almuerzo fuimos al segundo punto del día: el Tower Bridge. En el camino, mientras contemplamos un castillo inglés, saco a Roy de la mochila y les cuento la historia mi gallo y compañero de viaje. "Este porteño culeao está loco", es lo que deben pensar. Tal vez tengan razón. Seguramente la tienen. Pero al oir mi historia no sólo se compenetran con ella, sino que toman en sus manos a Roy y se ponen a jugar con él. "¡Qué grande Roy!", exclama Joaquín mientras se pelea con Agustín por ver quién juega con él primero. Roy hace sus primeros amigos en el Viejo Continente. Luego le quieren dar fernet y hacerlo hincha de Belgrano. Eso no va a pasar.

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